jueves, 26 de febrero de 2009

Contigo...




Y después de la lluvia, las hadas rozaban con sus suaves cuerpos los pétalos de las flores, mojándose con su rocío, manchándose con su polen, y así tú, con la mente de un loco humano, las espiabas, acariciando la vulgar idea de adueñarte de específicamente una de ellas, mientras mordías tus uñas, que en el ras de tus dedos tu saliva se secaba, como el rocío de las inocentes flores que escuchaban tus burdos pensamientos.

Y reíste, y reí contigo…

Ahora yo aquí sentada sobre tu cabeza, me he quedado atrapada entre las castañas enredaderas onduladas que de ella nacen, haciéndose nudos en mis tobillos, en mis muñecas, y en mi alma, sentí tu impotencia, tus ganas de ser libre, tus desesperaciones, y mientras, tu cabello limpiaba el rocío y el polen de mi invisible cuerpo desnudo, rompiendo mis frágiles alas.

Después, me vi envuelta en un húmedo capullo de tu cuerpo frío, en uno de tus sudorosos poros que me devoró con la destreza inesperada de una flor carnívora, que se traga a una torpe mosca. Ahí, oía tus anhelantes pensamientos confusos, de esos que ni tu mismo escuchas en el silencio del silencio.

Sentí tu confusión, tu demencia, tu lógica abstractamente normal, y escapé por tu boca, llevada por un débil suspiro, que me dejó rasguñando tus labios al tratar de no caer, quedando colgada de esa suave boca murmurante tierna y pervertida, siendo casi aplastada por esa cortejante costumbre tuya de morderte los labios.

Y suspiraste de nuevo, y suspiré contigo…

Traté de volar con la inspiración de oír los rotundos latidos de tu enamorado corazón humano, pero esas alas como hojas transparentes, se habían desprendido de mi ya ensangrentada espalda, que con punzantes gritos mudos lloraba el recuerdo de ellas, sin que mi alma ni mi corazón sintieran dolor, pues el eco de tu palpitar me estaba absorbiendo hasta desaparecerme por completo, en una fría angustia dentro de tu pecho, teñida por la sangre, que ahora tu corazón bombeaba.
Ahí me encontraba ahora…

Sentí tu dolor, sentí el ahogo de esa tristeza que ahorca, mientras, entre los dedos de mis pies descalzos, la viscosidad de tu corazón, cosquilleaba. Me acosté en él, respiré el frío de su soledad y lo apreté con mis brazos, estrujándolo hasta conmoverlo con esa sensación de que alguien ha robado tu alma por un instante, y lloré sobre él, y mi cara se manchó con esa pintura hermosa roja que corre por tus venas, y fue despintada por esas lagrimas que en la sombra de tus entrañas ignorabas. Pero que aún así sentías.

Y temblaste, y temblé contigo…

Llevaste tus manos a tu pecho mirando al suelo, y ahí en la oscuridad de tu soledad, de tu locura, te derrumbaste, sintiéndome dentro, pero creyendo por un instante que no lo estaba, y recordaste nuestros invisibles momentos que para nadie existieron, solo para tus únicas y sabias compañías, tu soledad y tu demencia.

Y lloraste, y lloré contigo… tú, apretando tus húmedas manos contra tu pecho, yo, abrazando tu ya débil corazón, que quería ser libre, que quería volar.

Me desvanecí con la melodía de tu llanto, y ahora veía lo que tu veías, veía la oscuridad de el cerrar de tus ojos, y la cruda oscuridad que con los ojos abiertos aún seguías viendo, y después me envolví en unas vidriosas sabanas de tibias lagrimas, resbalando por una de tus mejillas, caminando sobre ella, me dirigí a tu oído, y murmuré inaudibles palabras de consuelo, y el llanto cesó, pero me ignoraste, nunca lo habías hecho…

Te callaste, y me callé contigo…

Ahora mi cuerpo llevaba la esencia de tu sudor, de tu sangre y de tus lágrimas… las fragancias del amor.

Y me recosté sobre tu pecho para sentir la melodía de tu respirar, pues no me dejaste oír la de tu voz, pero la realidad escupió en mi rostro un doloroso silencio, y regresé de nuevo a tus frías entrañas para abrazar a tu corazón, y arrullarme con su hermoso palpitar…

Pero el silencio del silencio ahora estaba dentro de tu pecho…

Tú, enfermo mental enamorado de alguien que solo tú puedes ver, y yo, parte de esa hermosa demencia que mata… el amor.

Y el silencio del silencio ahora estaba dentro de tu pecho…
Y guardaste silencio, y guardé silenció contigo…

Y moriste, y morí contigo, tú, apretando tus ya frías manos contra tu pecho, y yo, abrazando tu ya inerte corazón… con el que reí, suspiré, temblé, lloré, callé, morí, amé…

Y volaste, y volé contigo…